Los de Cherán: ardemos como el fuego

El texto se presentó en el marco de la exposición Cherani: Empoderamiento de la Propia Identidad en el Centro Cultural Clavijero.

Aquél me habló de la muerte. Con la mirada en el horizonte, la muerte nos une, dijo. Muchos años después al fin podría entenderlo. Ha sido un incesante andar, los recuerdos dibujados no se rinden al olvido, permanecen día a día, contra el dolor y la rabia. 
Así, bajo este digno signo, como todos los niños y niñas, ahora recuerdo, crecimos aprendiendo del mundo, a sorbos descubrimos el espíritu de nuestro territorio: los de Cherán. Nos reuníamos entre las bocacalles a jugar los juegos de nuestros días. Así también nuestros antiguos jugaron los suyos. 
Supimos que la vida son trozos de realidad constituidos de sueños, alegría, alimentos, tristezas y fiestas: emanados del mismo terruño. Más tarde descubriríamos que nuestro territorio es uno entre miles; sin embargo, por ser nuestro es ya único e irremplazable. El símbolo de la vida solo podría entenderse y significarse bajo el manto de las pinceladas de nuestra realidad, configurado por la historia propia entre los árboles, trojes, polvo, cerros y llanuras.
Fuimos sorbito a sorbito saboreando las virtudes de la existencia y su lucha. Por sobre la muerte erguimos nuestra condición de vida. Que hay muchas formas de morir, que la muerte no se elige, llega subrepticiamente, como tampoco el contexto ni el lugar donde se vive. Lo que si es elegible es cómo desarrollarla desde lo hondo de la raíz. La revelación permanente del territorio dado, de aire boscoso y cimientos purhépechas. Que desde estos lares vamos tejiendo cotidianamente el porvenir entre los saberes heredados y los aprendidos de la tradición occidental.
Creció a nuestro lado el mundo: Cherán, Michoacán, México. País sembrador de muertos. Matan a cada segundo, si no luchamos seremos humo. Pero a los purhépechas desde hace siglos nos vienen gradualmente desapareciendo. Por ello somos rebeldes peleando por algo mejor. Forma ya una honda vena en la memoria cultural propia que finalmente comienza ser sanada, que se nombra absolutamente: “muerte”. 
Por ello se grita desde lo más profundo a través del pincel, el cuchillo y la imaginación para proyectarse en el lienzo y en el tronco. La revelación de una verdad tan dura, guardada celosamente durante centurias es una transfiguración de la realidad hecha verbo. Si se devuelve no es con odio. Sesi Irekani, es la ofenda de la vida por la vida. La madre tierra que para subsistir arranca a sus hijos para sus propios hijos. 
Hijos e hijas son en la madre uno, la conciencia de la unidad en el todo y el uno. Formamos un collar  para el cuidado propio entorno a nuestro territorio. Nuestro rostro es el resultado de la multiplicación del rostro de todos. Nos miramos en el otro, la valentía que florece de la sangre. La sangre nos da vida y nos hace con la comunidad. La lucha es por la vida y contra el olvido. 
Los árboles llevan ese rostro multiplicado en nombre y apellido: todos somos fuego ardiendo por la vida.











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