Deshoras, Julio Cortázar



Deshoras, Julio Cortázar.




La penumbra es en anuncio, es la lumbre, la oscuridad y la luz. Raíz de una vida última y mejor: única.

Hedwing

Un escritor no es un consejero, ni un sabio, a lo más es alguien que no tiene ni mera idea de nada, por ello escribe. Para explicarse a sí mismo, antes que a los demás, qué es eso de la realidad. Y, aún así, no logra aquilatar si en el fondo todo está bien claro y bien dicho. 

Julio Cortázar fue un escritor preocupado por un estilo pulido y fino. Cada una de sus obras merecía el cuidado necesario antes de llegar a la imprenta. No es un autor al que deba leérsele con desconfianza. Seguro se encontrará en él una fuente que interpele al lector a la reflexión y al asombro, a la duda crítica y al deleite.

Desde sus obras primeras se enfocó en el rigor necesario por el estilo. En 1982, a los 68 de edad, fueron publicados ocho cuentos bajo el titulo  Deshoras. Componen el libro: Botella al mar, Fin de etapa, Segundo Viaje, Satarsa, La escuela de noche, Deshoras, Pesadillas y Diario para un cuento.

Es un recorrido por senderos que se entreveran entre la cotidianidad y la ficción, el futuro y pasado remotos. La memoria, el presente y el porvenir tejen una urdimbre acantilada. “Obedece para mandar, y manda para obedecer” dice en la “Escuela de noche”. Un cuento que se mueve entre la inocencia y la perversión, rayando en lo ignominioso y las fantasías cruentas de sus personajes. 

El amor, la soledad, el miedo, la libertad y la muerte aparecen como pinceladas determinantes.  La rabia y la denuncia social. Existe la duda como principio creador en la edificación de realidades concatenadas desde la autobiografía hacia la ficción. En los cuentos no hay puntos ciegos. 

“Creo que si las cosas ocurren así, de nada serviría intentar un contacto directo; creo que la única posibilidad de decirle esto es dirigiéndolo una vez más a quienes van a leerlo como literatura, un relato dentro de otro, una coda a algo que parecía destinado a terminar con ese perfecto cierre definitivo que para mí deben tener los buenos relatos”. (Botella al mar, pp. 16 -17).

“Porque lo peor era buscar algo razonable en eso que desde el principio había tenido algo de delirio,  de repetición idiota, y a la vez de sentir como una náusea que sólo su cumplimiento total le hubiera devuelto una conformidad razonable, hubiera alineado son otras simetrías, con las otras etapas”. (Fin de etapa, p. 35).

“— Pagar — dice Yarará—. A eso habremos llegado, tener que cambiar ratas por la libertad.—Pero son ellos que cambian libertad por ratas —dice Lozano”. (Satarsa, p. 66).

“Monótonamente, casi sílaba a sílaba, el cuadro enunció: —Del orden emana la fuerza, y de la fuerza el orden.—¡Colorario! —mando Iriarte.—Obedece para mandar, y manda para obedecer —recitó el cuadro”. (La escuela de noche, pp. 97-98).

“Del anochecer a la noche cerrada, por caminos de palabras que iban y venían, de manos que se encontraban un instante sobre el mantel de antes de una risa y otros cigarrillos, quedaría un viaje en taxi, algún lugar que ella o él conocían, una habitación, todo como fundido en una sola imagen instantánea resolviéndose en una blancura de sábanas y la casi inmediata, furiosa convulsión de los cuerpos en un interminable encuentro, (…)”. (Deshoras, pp. 120-121).

“Ahora que lo pienso, cuánta razón tiene Derrida cuando dice, cuando me dice: No (me) queda casi nada: ni la cosa, ni su existencia, ni la mía, ni el puro objeto ni el puro sujeto, ningún interés de ninguna naturaleza por nada”. (Diario para un cuento, p. 173).

Fuente: Cortázar, Julio. (1995). Deshoras. México: Afaguara.



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