Uandakua II


Visita de Marichuy en San Andrés Tziróndaro.



II

Entonces, ¿qué rol tiene la cultura p’urhépecha en el siglo XXI? Como punto de partida debe considerársele como una cultura en cuyo seno existe una perspectiva filosófica; que sigue conservando su mátriz de pensamiento, a través de la cuál es posible dilucidar una postura ante el mundo y se puede determinar una visión peculiar sobre éste, que no es ni la latinoamericana, ni mexicana.

Pero, la burguesía está logrando permear en cada rincón de la humanidad imponiendo su modelo civilicitario. A cada cultura que trastoca la subsume en su lógica de mercado e invariablemente le inyécta su pensamiento. La cultura p’urhépecha no escapa a tal situación. Sin embargo, por otro lado, en sí misma es una alternativa al capitalismo, dado que conserva modos de organización basadas en la comunidad. Se refiere, no a la idea de que el objeto es común a todos, sino a la inversa, que todos somos comunes al objeto, como puede observarse hay un giro ontológico diferente al occidental. La comunidad atiende al principio de igualdad y participación. Es preciso decir que existe una brecha diferenciada entre el rol varonil y el femenil, que es determinado por la constitución biológica y no por la capacidad reflexiva; porque, de cierto modo, la cultura p’urhépecha está ligeramente inclinada al matriarcado por el predominio de la agricultura como motor de desarrollo que supone a la fertilidad de la tierra como principio matrialcal de organización.

La cultura p’urhépecha es una mirada al mundo, una interpretación de cómo se debe vivir, una repuesta a la pregunta: qué es la vida y, por supuesto, qué es la muerte. En suma, es un proyecto de humanidad. La posición del p’urhépecha ante la realidad está determinada por las relaciones que se establecen entre los próximos, el territorio y la naturaleza.

Uandakua (la palabra) es el soporte de cada relación que establece el ser humano consigo mismo y “lo otro”. Inventamos al mundo en la medida que lo nombramos. Cuando llego el momento de responder a la pregunta: ¿de dónde venimos? La respuesta sólo pudo surgir de la observación de la naturaleza. Dios del fuego, de la lluvia, de la fertilidad, de la vida y de la muerte. Paulatinamente se fue tejiendo un complejo sistema de pensamiento en el que la Naturaleza estuvo siempre en el centro. El reconocimiento de la Naturaleza como principio y fin de sentido a la existencia entre los p'urhépechas. Por otro lado, es fundamental que la cultura p'urhépecha sepa de donde viene para saber quién es y determinar a dónde va; en sí mismo. Del saber del origen cultural deviene el respeto a sí mismo como principio a través del que la cultura se reconoce y tiene sentido y dota de sentido al mundo.


Aunque la organización cultural de los p'urhépechas era jerárquica, con la llegada de los españoles se destruye el principio organizativo jerárquico, toda cultura “originaria” pasa a ser supeditada a la española. De tal manera que se pasa de una “cultura jerárquica en desarrollo” a una horizontal en resistencia. Empero, las diferencias entre grupos dominantes al interior de la cultura p'urhépecha subsistió, pero no con la fuerza, ni con la libertad con la que la cultura se regulaba a sí misma, sino con las contradicciones propias de la cultura, bajo el manto de la cultura occidental.

La horizontalidad en la organización se origina precisamente de la condición de resistencia, la cultura p'urhépecha tuvo que reinventar el corpus organizativo. La palabra pasa de ser creadora a portadora de la cultura, así queda inaugurado el acto dialógico entre hombre y naturaleza. No es una antropomorfización, sí acaso una divinización para mantener los símbolos vigentes. La agricultura, la religión, la educación, la economía están mediadas por la naturaleza.



Bibliografía






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